jueves, 25 de junio de 2015

26 de Junio. Una de la madrugada.

Estoy harta.
Harta de no ser feliz. Harta de sentirme perdida. Harta de no sentirme parte de nada. De estar fuera de lugar.
Estoy harta de muchas cosas, pero hay una que destaca. Estoy harta de no poder llorar.

Antes todas las noches, cuando sabía que todos estaban dormidos, simplemente explotaba. La almohada era mi confidente, el edredón mi tranquilizante. Simplemente me sentía segura ahi.

Ahora eso no pasa. Ahora simplemente dos lágrimas. Y ya. Ahí se acabó. Hasta que un día exploto, y ese día no se que pasará, no se que será de mi.


He estado cerca de explotar muchas veces. Y me doy miedo. Porque cuando llego a ese punto, vuelve la voz. La voz que cada vez que estoy cerca de un tren me dice "salta" o cuando estoy en una calle con tráfico me dice "Cruza. ¿Qué va a pasar? Ya no puedes estar peor." Esa maldita voz que me dice que hacer, cosas que me van a hacer bien.
Pero no quiero escucharla. Siempre la ignoro, tras un pequeño impulso que me lleva a hacer lo que dice.

¿Qué pasará el día que la haga caso? Ese día se acabará todo. Mi sufrimiento por sobrevivir en este mundo que no me quiere.


Quiero volver a lo de antes, a pequeñas explosiones. Pero que me dejaban disfrutar, aunque fuese unas horas, de una felicidad absoluta. Pero no, ya no hay de eso.

Ahora solo hay una cara sonriente que dice que esta bien, que todo genial. Pero en el fondo se le desgarra el corazón cada vez que miente. Porque quiere tener un confidente. Alguien que me cuide. Alguien con quien ser feliz.
Pero como explicar lo que me pasa. Como decirle a alguien que una voz te dice que te tires a las vías del tren cuando este venga.

Solo me queda la soledad. El sufrimiento y esa voz. Esa maldita voz que me jodió la vida desde el primer momento que pasé una cuchilla por mi piel. Haciéndola sangrar, haciendo salir un poco de ese dolor acumulado.

Oh. Esos si que eran buenos momentos. Dejar salir todo era tan fácil. Un solo corte, un solo desliz por mi piel, y la tensión se iba poco a poco.
Pero sacar esa tensión deja marca. Y no me puedo permitir que la gente vea que estoy mal. Que me quiero ir. Que no quiero seguir.

Pero tengo que seguir. Porque nunca me rindo. Bueno, eso cree la gente. Yo me rendí hace mucho. El día que supe que nunca volvería a ser feliz, feliz de verdad, y no una felicidad falsa en la que me hago creer que todo esta bien.
No me rindo más, porque por una vez, aunque solo sea una vez, quiero hacer algo mejor que ella.

Ya no es solo que no soy mejor en nada que nadie. Sino que nunca soy mejor en nada que ella. Ella siempre está cinco pasos por delante, burlándose de mi. Sabiendo que sufro. Pero ella parece disfrutar con eso.
Y vuelve la voz. Y me dice que en una cosa puedo ser mejor que ella, en admitir la derrota. Tan fácil como dar un paso al vacío, saltar al abismo, ahogar mis pulmones.
Pero tampoco en eso puedo ser mejor. No soy capaz de dar ese paso, de inhalar mi último aliento, porque me aferro a la vida con uñas y dientes, aún queriendo irme. Aún queriendo no volver.